3.9.06

Pérdida de la solemnidad

Algo se ha perdido desde que ya no se conservan los papiros de Homero en los templos olímpicos. Reivindico la solemnidad en la vida y en el arte como búsqueda de la belleza.

El de los antiguos era un cotidiano muy cansado, pero grandioso en belleza. Los sacrificios eran hecatombes. Versos que parecían dictados por los dioses se aprendían de memoria y se transmitían oralmente de aedo en aedo. Los obreros construían catedrales. La música tenía sobrenaturales explicaciones. El lenguaje familiar poseía un registro elevado. Y en la literatura corriente no se decía: «Cuando vi lo que había hecho, me entraron terribles remordimientos de conciencia», sino: «Cuando pongo ante mí el aterrador catálogo de mis pecados, no puedo creer que sea yo la misma criatura cuyos pensamientos estuvieron una vez repletos con sublimes visiones de la belleza y la majestad de la bondad» (Frankenstein).

Al cotidiano solemne de los antiguos ha sucedido la naturalidad. Y la pérdida de solemnidad en tantos ámbitos (arte, educación, escritura, música, actos sociales, vida cotidiana) trae una pérdida de esfuerzo y de belleza.

Lo contrario de solemnidad no es vulgarización, pues en lo vulgar hay también gran belleza. El acceso de todos a las artes es una bendición. Ojalá todos tengamos siempre ganas de aprender a escribir aunque sea en blogs, a pintar, a hacer música, a comunicarnos en sociedad o a tener nuestros pequeños pensamientos filosóficos, que son bellos por ser nuestros. Lo contrario de solemnidad es más bien el fraude. Abundan cosas que se disfrazan de solemnidad, pero cuyos contenidos son fraudulentos. No se desechan ideas, sino que lo primero que viene a la cabeza se reviste de falsa genialidad. No se eliminan escenas en honor del ritmo. El abandono del esfuerzo hace que los actores tengan una dicción natural incomprensible, que los escritores escriban de forma natural pero insustancial, que los músicos naturales sin estudio ni autoestudio sean premiados como grandes compositores y que se «superproduzcan» monstruos cinematográficos de oquedad.

Lo que hoy entendemos (más o menos) por solemnidad es algo casposo que ha quedado relegado al rincón de los protocolos monárquicos, a la Cámara de los Lords, a los desfiles militares. Y aunque el mundo es más ligero ahora, más libre y productivo y accesible a todos, y aunque se sigue buscando la belleza..., desde que la música no se escribe en partituras, desde que no se arregla uno para cenar, desde que los niños escupen a los profesores, parece que... algo se ha perdido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Aplaudo tu reivindicación de la solemnidad como uno de los caminos de acercamiento al arte. ¿Por qué escalamos montañas? Por que el placer se encuentra en el proceso, no en el fin, no en la cima. Es la dureza del camino la que nos transforma durante la escalada. Una montaña como la Iliada sólo se puede atacar desde una visión solemne. Si banalizamos el arte y lo reducimos no tendríamos motivos para emprender una obra tan magna como la que tú, Julieta, estás realizando.

¡Ánimo! Hay una pared terrible en el canto II. Parece que ya la has superado.

Anónimo dijo...

De acuerdo, Julieta, en reivindicar la solemnidad, pero no confundir con la pedantería. La naturalidad puede ser bella siempre que la acompañe el buen gusto, es decir, siempre que el buen gusto sea natural y no rebuscado. Hasta un taco puede ser bello si se pronuncia en el momento justo o se escribe en el lugar adecuado. Odio la mediocridad pero casi más la altisonancia pedante y el encorsetamiento. Sigue así.

Julieta D. dijo...

Qué puedo yo replicarle a la autora del Premio Nobel del buen gusto de los blogs, cada una de cuyas descripciones es para correrse...